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30/11/08

los Juegos

Los juegos, cuya importancia en la formacion del niño resulta indiscutible, fueron variando con el transcurrir del tiempo y muchos de ellos han desaparecido. Tambien existe una pasion lùdica entre los adultos pero con caracteristicas y objetivos que difieren de los de la infancia.




Aquel establishment secreto de los juegos fue anterior a la llegada de la radio que, en los años treinta, acabó por instalarse en la rutina crepuscular de muchos hogares. Las chicas llegaban a tiempo para escuchar folletines candorosos y los chicos, para aprender a aullar como el Tarzán del éter. Ya no interesaron tanto los libros para niñas y jóvenes que, desde el preciado Tesoro de la Juventud, pasando por Salgad y Louisa M. Alcote, abarcaban hasta los humildes cuentos de Calleja. A las cinco se podía oír a Verne por el radioteatro de la Pandilla Marylin.
Este cambio de hábitos no fue sólo fruto de una aislada oferta light: también ganaban espacios revistas para niños, como el Billiken. y de comics, désde el mítico Til-Bits hasta el Pif-Paf. El Tony y Ra-Ta-Plan. Auxilio para soledades que se acentuarían con la salida a trabajar de muchas madres. Hacia los años sesenta ya ganaba mercado la doble escolaridad y terminaron de ralearse las banditas de pueblo y de barrio.
Aquella atávica capacidad de asociación se vio limitada porque los hogares pasaron a tener menos espacio: las calles, parques y baldíos mucho más peligro. La diversión infantil comenzó a ser (¿necesariamente?) planificada. Las barritas sólo estarían bien vistas por las madres si eran de primas y primos, o de amigos de club. Es en ese nuevo esquema que irrumpe, arrasa, la televisión.
Cuatro décadas de experiencia y océanos de tinta volcados en el tema eximirían de entrar en detalles si no fuese porque, con la TV, nació el marketing del juguete que no te puede faltar. Muchos chicos ansiosos se convertirían en incesantes pedigüeños, o sea. en precoces compradores compulsivos por delegación. Sus esperanzas de alegría moverían cataratas de plástico, de aluminio y de silicio en fábricas prósperas, pero remotas.





Del Balero y otros juegos de antaño

Fueron los mas populares entre los niños de otra epoca. Se jugaron en la Argentina y en toda America. Sus antecedentes son remotos y desde siempre hicieron las delicias de los chicos de todo el mundo.

El balero




El Trompo





Otros Juegos








Las bolitas y el yoyó


No aprenderíamos a llamarlas canica», pero si a compararlas con planetas capaces de triunfar sobre un agujero negro (boyo), o chocar victoriosamente (quema). Mínimos espacios podían ser universos virtuales, pero acotados por limites (lazos). Dos o más chicos aspiraban a ser los dioses propietarios y, como en la guerra, se privilegiaba la puntería. Un ciclo de hoyo y quema recompensaba con la bolita ajena. El mas experto solía quedarse con todas, pero a veces podia importarle más la calidad de una pieza enemiga. Hubo punteras y lecheras famosas, asi como bolones odiosos y bolitas de acero ex presidiarías de rulemanes.


Juego de bolitas

El candido marketing de la época asignaba un período fijo anual al antiquísimo -dicen que filipino- yoyó. Las calidades eran infinitas: había algunos Duncan realmente suntuosas: de esmaltado policromo y con sirena, pero se podían obtener en cualquier quiosco otros de madera, mudos, humildes y eficaces.
Como fuera, la creatividad del buen usuario lograba maravillas: vuelta al mundo, patito, de cadete, a dos yoyó. etcétera. Hace un par de décadas, los fabricantes de los Russel trataron de resucitar la afición con apariciones en TV' y con giras de avezados profesionales. Los chicos dijeron "no", o 'ya fue".



Yo-Yo Duncan Yo- Yo Russel






Las figuritas, la soga y las escondidas

Las figuritas nacieron para ser coleccionadas en álbumes, con promesa de recompensas.
Venían con los chocolatines u otras golosinas y el éxito más resonante fue quizás el de Nestlé con una colorida serie de plausible temática.
La tradición dice que había figuritas dificiles; algunos maliciosos sospechaban que eran imposibles.



Con el tiempo, todo se limitó a comprar en el quiosco marchitables cartoncitos circulares o latitas con imágenes de deportistas. La figurita fue iniciación al trueque y la apuesta. Los chicos las canjeaban y arries- gabán a su pericia en el punto, con el consuelo eventual de la revoleada o sin él.



Las niñas tenian primorosas figuritas con princesas y hadas, mariposas y flores que, brillitos más o menos, han perdurado hasta nuestros días. Con ellas decoraban sus cuadernos y laminas se internaban en los regateos del trueque y la emoción de las apuestas de mesa. Una niña escondía la figurita dentro de un libro o cuaderno que luego giraba y movía hasta crear adecuado misterio.
La otra niña debía acertar el arriba o abajo y/ o su posición cara o ceca. Algo curioso: incluso los cigarrillos del adulto supieron traer figuritas de proceres canjeables por premios, Fontanares fue pródigo en relojes de bolsillo.
O saltar a la cuerda, para ser castizos. Ha sobrevivido como training útil para chicas y boxeadores, pero su imagen como juego de patios, parques y veredas se ha ido destiñendo hasta casi esfumarse. Ya no es fácil conseguir en jugueterias aquellas sogas con cabos de madera. Las niñas las preferían para hacer gala de precisión y resistencia solas, a dúo, o en coros innumerables. Siempre era importante entrar y salir a tiempo, sin desorden de faldas.
También estaba la opción competitiva del saltito. Se ponía cada vez más alto el nivel de la soga. Hasta que llegaba el miedo inhibidor o un raro y didáctico porrazo.
Fue el luego que con más regocijo aceptaban compartir niñas y niños. Los escenarios y los jugadores podían ser inquietantes, sobre todo si se compartía el escondite. El sacrificado buscador, que concedía a ojos cerrados huida y opción a refugio, podía ser victorioso o derrotado, según regresara antes o después que el prófugo tras anunciarle ,”piedra libre”. En fin. una competencia de cautela, velocidad y llegada a tiempo. Según se mire, parecida a la del béisbol, pero más compleja. O a la del flirt de los adultos, pero mucho más sencilla. Bien pensado, crecer no es motivo válido para dejar de jugar a las escondidas.


La Soga uno de los juegos preferidos de las chicas






El elástico



E1 entretenimiento, hoy prácticamente en desuso, tuvo su apogeo en la década de los años sesenta y su escenario preferido era el patio de la escuela. En los recreos. el elastico pasaba del bolsillo del guardapolvo a meterse entre los pies dispuestos a jugar.
ÀI menos tres personas participaban. Mientras dos de ellas sostenían el elástico en sus tobillos, la tercera saltaba.
El objetivo era no engancharse ni tropesar, porque el error costaba perder el turmo y dar lugar ,a que otra concursante demostrara sus habilidades para el salto.
El pasatiempo tenía una dificultad: a medida que las participantes ganaban, el elástico iba tomando altura, subiendo de los tobillos a las rodillas y de allí, sucesivamente, a las caderas, la cintura, las axilas y el cuello.
Así, había variante. Por ejemplo, el elástico era mantenido teso con una sola pierna por dos chicas, de modo que el espacio para saltar se bacía más angosto, e iba subiendo hasta las orejas; cuando llegaba a la cintura, las cbicas lo mantenían tenso poniéndose de perfil y al tenerlo a la altura de la cara, lo sostenían con tres dedos, mientras la tercera participante efectuaba los saltos.
Se consagraba ganador quien lograba saltar mas alto, sin equivocarse. Si bien se necesitaba cierta destreza y buen estado fisico para acceder al primer puesto, para jugar alcanzaba con las ganas.





Con la rayuela y el barrilete: cerca del cielo



Pasaba por ser juego de niñas, pero casi todos los varones probaron, alguna vez, a hacer equilibrios entre Cielo y Tierra, las dos estaciones del sencillo dibujo. Una piedrita o una tapa de naranjin valían como
tejo, y había chicas tan gráciles como eficaces para saltar en una pierna, irlo mudando de casilla y completar luego las suertes Codificadas para tener opción a recoger el trofeo y volver con él de la gira celestial.
El juego fue simple y diáfano hasta que un siempre niño llamado Julio Cortázar tentó a diseñar, con el mismo nombre y sobre el mismo croquis, una novela-catedral con la que ahora juegan los adultos.



El barrilete será primo del humo, pero fue hijo legítimo del trabajo. ¿Por qué no se enseñaría a fabricarlos en el colegio mismo? Acaso porque el padre -o el abuelo, o un tío- era quien iniciaba al niño en la heredada artesanía. Los materiales eran cosa de centavos, pero ojo no podía usarse cualquier madera, cualquier papel, ningún piolín traidor. Unas horas de prolija tarea bastaban para entrar en posesión del más ambicioso de los juguetes. Luego, solamente (/solamente?) quedaba elegir el lugar del lanzamiento, calcular los vientos y pulsar el alto vuelo. El cielo seria, ya para siempre, algo más amigable y cercano.





La mancha y las estatuas

Juego ágil y sencillo, aúnque no tan candido como parecería. En su versión estándar consistía -aún casi todos lo saben- en tocar un niño a otro y sindicarlo de viva voz como mancha, El tocado debía cargar el invisible sambenito hasta que a su vez, corriendo y alcanzando a un tercero le endosara la ambigua discriminacion. La variante venenosa imponia al chico llevar una mano apoyada en el lugar donde había sido tocado. Es obvio que eso permitía limitar, ridiculizar u ofender, según la parte elegida para manchar. Menos mal que siempre cabía algo así como amparo automatiCO: -“pido gancho, el que me toca es un chancho”
A veces, por lluvia o por cansancio, una niña, casi siempre con vocación mas de actriz que de escultora. proponía jugar a las estatuas. Si había varones aceptaban de mala gana porque podía ser aún mas estático que el olmo mudo, y porque sabian que ellas dominarían el juego. Es cierto que solía ser un mero concurso de quietud sometido a las morisquetas y bromas del público, pero habia algunas opciones. Por ejemplo, adivinar títulos secretos como La costurera , El sembrador, etcétera, o un directo juicio artistico, que incluyera o no el derecho al derribamiento de la estatua u otros vejámenes menores.


Uñeta. Juego similar a la bolita que se practicaba con monedas






Fideos varios, el rango y las muñecas


El fideo fino era el más vertiginoso de los juegos de niñas dos de ellas se asían con las manos entrecruzadas y giraban a toda velocidad sobre las puntas de sus pies. Lo hacían, durante minutos enteros hasta el borde mismo del mareo.Los fideos mixtos solían fracasar: los varones tendían a tomar la cosa como demostración de fuerza y a menudo, eran acusados del feo chiste de soltar a su pareja como un martillo de atletismo. Menos se los llamaba para el coreográfico fideo grueso, que ellas jugaban con las manos tomadas frente a frente pasándolas sobre las cabezas al girar espalda contra espalda, como en otros juegos de varones.

En el rango el orden de partida se elegía por canto, proclamando a viva voz el derecho a ser cola, antecola, etc. Un chico se doblaba a 90 grados, bien afirmado, de modo de poder ser saltado por los otros con o sin apoyo de las manos.


El Rango

Los saltarines podían afrontar polemicas y crecientes alturas o, solidariamente, ubicarse cada uno como nuevo obstáculo para crear vallas sucesivas y ser saltados por los demás. Recordar el juego es útil contra el insomnio en lugar de las clasicas ovejitas. No así la variante circense, mal vista por las madres, de pilas humanas en el Cachurra monta la burra.

La edad de oro de las muñecas francesas fue la segunda mitad del siglo pasado. Eso explica que aún puedan hallarse en el país piezas de entonces que fueron juguete de niñas del siglo XX. Si bien ya no con rostros de porcelana, nunca faltarían muñecas queribles: enjoyadas damas de pasta o irresistibles peponas de trapo, parlanchínas o mudas, con ojos móviles o absortas miradas fijas, cada una sirvió para atentar la vocación maternal de sus pequeñas propietarias y para orientarlas en artes de elegancia, seducción y urbanidad. Con ellas se remedaba la vida visible de los mayores, salud y malestares, enojos y reconciliaciones; se jugaba a las visitas y a la maestra. Cada niña ponía a su muñeca un nombre soñado porque la sentía su hija. Y siguió siendo así, pero de modo menos carnal.
De la nativa y exitosa Marilú a Mariquita Pérez y Pierángeli dieron en venir al mundo con sus nombres comerciales. La globalizada Barbie ya es otra historia.


La Muñeca Marilù


La Muñeca Pierangeli




Martín pescador

Una hilera de niños debía pasar el puente que otros dos formaban con sus manos tomadas en lo alto. Cada uno pedia paso y se le concedía, salvo al último, sobre quien caían cuatro brazos enlazándolo. El prisionero era forzado a opciones como durazno-manzana, rosa-jazmín. Boca-River, cosas así, pero que definían su ubicación silenciosa detrás del lider-carcelero Ya sometidos todos al férreo bipartidismo, se habian formado dos nuevas filas, dos bandos. El final, según los sexos, edades y educación de los jugadores, podía ser de simple escrutinio y consagración, o terminar con empujones, cinchadas y derribos.






Entre la fuerza y la destreza


Como se sabe, una de las más humanas y antiguas imágenes con carga de símbolos es la de dos grupos asidos a una misma cuerda y tirando de ellas en direcciones opuestas. Pero hasta hoy mismo, para impresionar a las damas en las fiestas campestres, los mayores pueden afrontar cinchadas hasta la apoplejía. Los niños, en cambio, junto con la piñata, el gallo ciego y las carreras de embolsados, las trasladaron durante décadas a sus fiestas de cumpleaños. Lo distinto era que solían tirar de la soga a la par chicos y chicas; lo crítico, la equidad de quienes formaban los equipos. Justicia y distribución siempre fueron problemáticos.


La sillita de oro, una hamaca que se hacia entrecruzando las manos.

Empujar un aro de mimbre con una vara o un palito fue, según testimonian grabados antiguos, juego secular de niñas gráciles y vaporosas. Nada que ver con el gimnástico (o erótico) hula-hula de plástico que la TV popularizó hacia nuestros años sesenta.


El juego del Hula-Hula

Por entonces aún solía verse por las calles el fantástico carro del mimbrero, pero no traía sino sillas, canastos y plumeros: nadie pedia aros. la destreza de las chicas para jugar con ellos se habia global izado limitada a contorsiones a lempo. ya fue impensable verlas practicar aquella suerte de deck-tennis fascinador en que flameantes las faldas, cazaban y devolvían aros al vuelo con el complicado auxilio de dos palillos.
los varones también disfrutaban, pero con las ruedas: desde temprano creaban en la línea tuerca: guiar con un largo alambre una rueda de coche de bebe o, simplemente, con la palma de la mano, un neumático viejo. en los barrios, la gloría era poseer un “ karting” de tablas de cajón de fruta, casi siempre armado por algún mayor aunque el piloto participara de la fabricación y puesta a punto, el estrepitoso rodar de los cuatro rulemanes contra las baldosas vainilla de las veredas concretó el sueño de muchos chicos. (y abolió la siesta de infinidad de vecinos,)





En la mesa

Antes de la Tv y las pc, de la hipnosis de los teleteatros infanto-juveniles y los videogames, parte del tiempo de los chicos era ocupada por juegos de mesa. algunos para armar, como los deseados y crecientes mecanos o mis ladrillos, con bloques de madera que alentaban a módicas arquitecturas, рею hubo y hay otros que también llegaban a la casa en cajas de cartón y que, por su cuota de azar, permitían competir a niños de cualquier edad.
Los más clásicos son internacionales; el ludo y el juego de la oca, pero también se imponían ideas locales como el estanciero, con énfasis nacional-geográfico, y el cerebro mágico (ingenuamente electrificado), que ponía a prueba la memoria escolar, la lotería de cartones (hoy bingo) era, como los naipes, una etapa por compartir o no con los adultos.


El Juego de la Loteria


Juego de La Oca


TATETI un juego que lo practicaban tanto los varones como las chicas.

La posesión de un mazo iniciaba a inocentes convenciones como el ladrón, la casita y otra, con protagonismo del as de oros que era la más boba o “el culo sucio”. la escoba de quince implicaba una especie de graduación en aritmética que habilitaba para segregar a los menores y orientaba al ideal de competir con los mayores. esto ya era accesible -sin barajas- en juegos como la batalla naval y el tateti, e incluso las damas y el ajedrez.


Juego de Naipes




Los líderes

Dejando a psicólogos y sociólogos interpretaciones profundas, no cabe duda de que si hubiese que establecer un rating de los juegos infantiles en la primera mitad del siglo, para las niñas estarían a la cabeza las rondas, por eso aún se graban cd con las más clásicas; el ruido ambiente no sofoca la gracia de la farolera, arroz con leche, sobre el puente de avignon, la paloma blanca y varias otras. las coreografías podían ser levemente distintas no solo en cada ciudad, sino en cada barrio y hasta en cada familia, lo constante eran las manos tomadas y el canto-cuento de viejas letrillas, franjas de vida y sueños, nada menos.


La gallina ciega. La chica con ojos vendados, que estaba en el medio de la ronda debia adivinar; tocandole la cara, quien quedaba enfrente de ella.

Hasta bien entrado el siglo, el juego predilecto entre los chicos había sido quizás el vigilante-ladrón, usualmente mentado vigi y derivado hoy a poliladron la cacería podia incluir armas de juguete o dedos esgrimidos imagtnativamente. Vivo o muerto era la opción: si vivo, no cabía resistencia; si muerto, el abatido debía sobreactuar las heridas y desplomarse a lo bogart. es sabido que aun los niñitos más educados y pulcros pugnaban por asumirse como delincuentes perseguidos y no como policías justicieros. esa preferencia también deberia ser explicada a la luz de la historia, la sociedad y el cinematógrafo.
En toda época los niños gustaron simular combates cuerpo a cuerpo. Hasta hace poco el juego se inspiró en la lucha olímpica o el boxeo del marqués de Queensberry. En uno y otro caso era villanía descalificante -hasta en broma- atacar con codos, rodillas o pies igualmente siempre cupo que de las fintas se pasara al cachetazo y de allí al uso franco del puño cerrado. Las riñas concluían -según edades- por caída o fuga, llanto o primerisima sangre nasal, a lo sumo. El auge de las llamadas artes marciales derogó las viejas y nobles reglas: en las últimas décadas los colegiales descargan energía en combates que asustan. Incluso muchas niñas saben lanzar patadas voladoras.



Siempre hubo juguetes soñados y carísimos. Los autos con propulsión eléctrica y los trencitos Lionel ya existían en los años treinta; las grandes jugueterías ofrecían palacios para muñecas y cuarteles para las colecciones de soldaditos de plomo. Sin embargo, hasta en las familias adineradas solian ser irrisorios los costos de entretenimiento de los niños. Su imaginación, acaso menos estimulada y más disponible que lo que después estaría, aportaba constantemente soluciones al aburrimiento tan temido.
A veces todo se resolvía con mínima inversión, una pelota de cuero con tiento podía costar sus pesos, pero las Pulpo de goma apenas centavos. La bicicleta seria apreciada por cualquier niña, aunque unos económicos aros de mimbre también le proveían salud y alegría. Los Schuco eran réplicas cuidadas de los Racers europeos, pero en tiempos de grandes premios de carretera todos los chicos jugaban con baratísimas cupés de hojalata mejoradas con masilla. Y una chica podía amar más a su muñeca de trapo con trenzas de lana que a una tersa vampiresa de alto precio.
La artesania era transferida de unos niños a otros, y así entraban también en posesión de juguetes sin valor en metálico pero entrañables.
La pelota de trapo o simplemente de papel fue el más clásico. Un palo de escoba podía tornarse caballo o espada o bate para el sub-beisbol de la billarda. De una hoja de papel obtenían en segundos un barco o un avión.
Las niñas, con banquetas o sillas y alguna manta, inventaban chaléts o vagones. Piedritas o carozos servían para jugar a la payana o dinenti; botones, carreteles o lápices brotaban variantes del trompo, el metegol o el yoyó. Un cañito era ya una cerbatana, los elásticos valían para honda temible o sereno rompecabezas, las tapitas de bebidas para mil otros ingenios.
Los chicos eran lo bastante creativos como para entretenerse casi sin otro costo que el de su energía y su instinto social, las reglas de cada juego servían para aprendizaje de legislación y ejercicio de derechos y obligaciones; las discusiones y hasta las rencillas enseñaban lo frágil de toda unanimidad. Y en cuanto a lo que hoy tenemos por estimulación de la inteligencia, los juegos del pasado no andaban tan mal. Al fin y al cabo Colón y Galileo, Einstein y Borges no se formaron apretando mouses Ni siquiera quizás el propio Bill Gates.

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