Microsoft Japón reveló los resultados de la prueba que puso en marcha en verano: cuatro días de semana laboral para sus trabajadores. Lo que ocurrió fue que, entre otras cosas, hubo un aumento de la productividad del 40%. Así que hemos buceado en el origen de la semana laboral moderna para ver si tiene algún sentido que en el siglo XXI sigamos con un viernes (o un lunes) de trabajo.
Hace un año escribí sobre el origen de las ocho horas de trabajo al día. El resumen era que, si bien la estandarización de las ocho horas fue una salvación para muchos en un momento histórico como fue la Revolución Industrial, en algún momento de la época moderna esas mismas máquinas que nos ayudaron a avanzar no han dejado de lastrar al trabajador bajo el nuevo escenario.
Lo cierto es que es complicado empezar esta historia sin remontarnos muchos siglos atrás en el tiempo. Después de todo, antes de que la semana se dividiera en 5 + 2, habría que pensar por qué demonios alguien pensó que debía existir la semana de 7 días, ¿por qué no, por ejemplo, 9 días?
La respuesta la tenemos hace más o menos 4.000 años, cuando los babilonios creían que había siete planetas en el sistema solar, y el número siete tenía tal poder que planearon sus días en torno a ello. Su semana planetaria de siete días se extendió a Egipto, Grecia y, finalmente, a Roma, y todos sabemos que cuando algo se convierte en un hecho en la Roma antigua, se instala por los siglos de los siglos.
Por su parte, el primer uso de la palabra “fin de semana” fue hace no tanto. Según los historiadores ocurrió en 1879 en una revista inglesa llamada Notes and Queries donde se decía lo siguiente:
En Staffordshire, si una persona sale de su casa al final de la jornada de trabajo de la semana el sábado por la tarde para pasar la noche del sábado y el domingo siguiente con amigos a cierta distancia, se dice que pasará su fin de semana.
De hecho, es curioso, pero el sábado era un día de trabajo hasta que las ganas de fiesta de los británicos modificaron el calendario laboral. Ocurrió durante el siglo XIX, cuando muchos trabajadores utilizaron el séptimo día de la semana para divertirse. Bebían, apostaban y disfrutaban tanto que surgió el fenómeno del “Lunes Santo”, en el cual los trabajadores se saltaron el trabajo para recuperarse de la resaca del domingo. Así fue como los dueños de las fábricas inglesas se comprometieron con los trabajadores a darles medio día del sábado a cambio de la asistencia al trabajo el lunes.
Por cierto, el sábado tardaría décadas en pasar de medio día a un día completo de descanso, pero contrario a lo que se suele pensar, no fue Henry Ford el primer hombre que propuso una semana laboral de cinco días y un fin de semana de dos días. Ford, simplemente, dio la puntilla.
Henry Ford y los hombres que inculcaron “vivir para trabajar”
La jornada laboral moderna es una invención del socialismo del siglo XIX., porque los verdaderos inventores y defensores de la jornada laboral de 8 horas (y 40 a la semana) fueron los sindicatos estadounidenses de la época.
¿La razón? En aquel entonces, no había límite en las horas que los empresarios podían exigir a sus empleados, y los trabajadores, especialmente de las fábricas, podían pasarse más de 100 horas por semana. Y sí, esto incluía a los niños (cuesta creer que no sería hasta principios del siglo XX cuando las leyes de trabajo infantil comenzaron a aparecer en los registros).
Los historiadores cuentan que posiblemente fue el británico Robert Owen el primero en sugerir un día de trabajo diario con principio y final estipulado. Para más señas, Owen fue uno de los fundadores del socialismo, y el hombre sentía que el día de trabajo debía dividirse en tres partes, con los trabajadores teniendo el mismo tiempo para ellos y para dormir como lo hacían para el trabajo. De ahí la famosa frase “Ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo, ocho horas de descanso”.
Luego llegó la Asociación Internacional de Trabajadores asumiendo la demanda de un día de ocho horas en su Congreso de Ginebra en 1866, declarando que “la limitación legal de la jornada laboral es una condición preliminar sin la cual todos los intentos posteriores de mejora y emancipación de la clase trabajadora deben demostrar abortivo. El Congreso propone ocho horas como el límite legal de la jornada laboral”. El mismo Karl Marx lo consideró de vital importancia para la salud de los trabajadores, escribiendo en 1866 que:
Al extender la jornada laboral, por tanto, la producción capitalista … no solo produce un deterioro de la fuerza de trabajo humano al robarle su condiciones morales y físicas normales de desarrollo y actividad, también produce el agotamiento prematuro y la muerte de esta fuerza de trabajo misma.
El movimiento por acortar la jornada de trabajo había comenzado antes en Estados Unidos, cuando en 1791 los trabajadores de Filadelfia peleaban por un día de trabajo total de diez horas que incluiría dos horas para las comidas. Ya en la década de 1830, la mayoría de la clase trabajadora en Estados Unidos compartía el apoyo a las ocho horas diarias de trabajo, pero aún no tenían el acuerdo de los empresarios.
Pero como decía antes, obviamente Ford estaba pensando en sus intereses. Entendió que una semana laboral de cinco días con “ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo, y ocho horas de descanso” alentaría a las personas que trabajan a tomar vacaciones los fines de semana, a comprar los sábados y a tener el suficiente tiempo libre para llenar durante su tiempo de “ocio” diario de 8 horas.
Su punto como empresario tenía todo el sentido: las personas con más tiempo libre y mayor poder adquisitivo necesitaban más ropa, comían una mayor variedad de alimentos y, por supuesto, tenían muchas más probabilidades de formar parte del mercado de compra de automóviles porque, ¿cómo si no iban a viajar durante esos fines de semana tan “largos” por los que estaba apostando?
Así que ahí tenemos la pista de lo que ocurría hace un siglo… y hoy sigue pasando, como si nada hubiera cambiado. La razón por la que todos trabajamos hoy cinco días a la semana no es científica. Es simplemente una norma centenaria para ejecutar fábricas de la manera más eficiente.
Ford consiguió que sus trabajadores produjeran lo mismo en esas horas de trabajo más cortas, pero con el sueldo más alto y los fines de semana libres, y lo cierto es que hubo muy pocas quejas de sus empleados. Estaban felices de pisar el acelerador de lunes a viernes con el nuevo salario y su semana laboral de cinco días.
Una década más tarde, el Congreso de Estados Unidos se puso al día con los tiempos, ratificando la Ley de Normas Laborales Justas en 1938. Esta primera ley laboral general a nivel federal prohibió la contratación de niños menores de dieciséis años, fijó la semana laboral en 44 horas por semana, y exigió un salario mínimo de 0.25 dólares la hora.
El proyecto de ley duró mucho más de lo que nadie esperaba, y en 1940, el mismo Congreso lo hizo más estricto. La semana laboral se estableció en 40 horas por semana (e incluso el pago de las horas extras pasadas las 40 semanales).
Y desde entonces, nada ha cambiado. O sí, en realidad han cambiado muchísimas cosas, tantas, que hacer un paralelismo entre el año 1937 y 2019 supone un ejercicio de ficción donde, sin embargo, seguimos trabajando cinco días a la semana una media de 40 horas (sino más), ¿de verdad tiene sentido?
Por qué ha llegado el momento de trabajar cuatro días a la semana (gracias a la tecnología)
Hay razones de peso para creer que una semana de siete días con un fin de semana de dos días es ineficiente: cada vez son más las investigaciones y estudios de casos corporativos que sugieren que una transición a una semana laboral más corta conduciría a una mayor productividad, una mejora en la salud y un mayor número de empleados a jornada reducida.
Lo primero que me viene a la cabeza es que la comparación entre el número de madres trabajadoras de hoy con 1940 no tiene ningún sentido. Este detalle no puede ser baladí, porque ya no vivimos en una sociedad donde los padres se van a trabajar y las madres se quedan en casa cuidando a los niños. Vivimos en una sociedad donde ambos padres persiguen sus sueños profesionales, y donde la conciliación familiar debe ser parte de la ecuación laboral.
Un estudio en el American Journal of Epidemiology descubrió que los que trabajaban 40 horas por semana se desempeñaban peor tareas mentales que los que trabajaban menos horas por semana. Estos hallazgos sugerían que con la programación correcta, los trabajadores podrían realizar una cantidad similar de trabajo en un período de tiempo más corto.
Pero más allá de trabajar de manera más eficiente, una semana laboral de cuatro días parece mejorar la moral y el bienestar. El presidente de la Facultad de Salud Pública del Reino Unido decía que una semana laboral de cuatro días podría ayudar a reducir la presión arterial y aumentar la salud mental de los empleados.
Un ejemplo tomado por una de las muchas compañías que en los últimos años han llevado a cabo pruebas para acortar la semana laboral. La empresa se dividió en dos equipos. Uno trabajaría de 7 de la mañana a 6 de la tarde de lunes a jueves, y el otro trabajaría esas horas de martes a viernes. Los equipos cambiarían de horario cada semana, por lo que cada fin de semana de dos días sería seguido por un fin de semana de cuatro días.
Los resultados fueron muy positivos. La compañía estaba abierta cinco días a la semana, de 7:00 a 18:00 en lugar de 8:00. a 17:00, y la moral de los trabajadores se disparó. Los empleados tomaron menos días por enfermedad, visitando al médico en horas libres en lugar de durante la jornada laboral. En este escenario, los empleados aún trabajan 40 horas a la semana, pero lo hacían en el transcurso de cuatro días en lugar de cinco.
Por supuesto, esta disposición no es perfecta, ya que trabajar a plena capacidad durante 10 horas es más exigente que hacerlo durante ocho horas. A pesar de eso, los empleados de la compañía en cuestión todavía preferían 40 horas en cuatro días a 40 horas en cinco días.
Dicho de otra forma, podrían ser aún más felices y trabajar aún mejor si trabajaran menos horas además de menos días.
Lo cierto es que hay muchas formas de dividir 40 horas. Uno de los métodos que más se escuchan es el de la programación comprimida 5/4/9. Durante un período de dos semanas, los empleados trabajan ocho días de 9 horas y un día de 8 horas.
Por ejemplo, trabajar de lunes a jueves nueve horas, luego trabajar un día más corto el primer viernes y tomar el segundo viernes libre. Otro, por ejemplo, es el horario 4/10, en el que los empleados trabajan cuatro días de trabajo de 10 horas, lo que resulta en un fin de semana de tres días cada semana (el mismo utilizado en la prueba de la compañía comentada).
En un estudio llevado a cabo por el Centro médico de la Universidad de Columbia utilizaron rastreadores de actividad para monitorear a 8.000 trabajadores mayores de 45 años. Los hallazgos fueron sorprendentes. El período promedio de inactividad durante cada día de vigilia fue de 12.3 horas. Los empleados que eran sedentarios por más de 13 horas al día tenían el doble de probabilidades de morir prematuramente que los que estuvieron inactivos durante 11.5 horas.
Los autores concluyeron que sentarse en una oficina por períodos prolongados tiene un efecto similar a fumar y debería incluir una advertencia de salud.
En otro estudio, los investigadores del University College London observaron a 85.000 trabajadores, principalmente hombres y mujeres de mediana edad, y encontraron una correlación entre exceso de trabajo y problemas cardiovasculares, especialmente un latido cardíaco irregular o fibrilación auricular, lo que aumentaba las posibilidades de sufrir un derrame cerebral hasta cinco veces.
Otra investigación en Estados Unidos decía que la mayoría de los empleados modernos son productivos durante aproximadamente cuatro horas al día: el resto es puro relleno y una gran cantidad de preocupaciones absurdas. El investigador Lex Kim Pang, autor principal del trabajo, decía que el día de una jornada o la semana laboral podría reducirse fácilmente sin menoscabar los niveles de vida o la prosperidad.
Amazon, posiblemente una de las empresas más criticadas por sus condiciones de trabajo, estuvo probando días y semanas más cortas. El gigante llevó a cabo un experimento con semanas de trabajo de 30 horas en el que unas pocas docenas de empleados comenzaron a trabajar de 10 a.m. a 2 p.m., de lunes a jueves. El grupo ganó el 75% de su salario normal, pero conservó todos los beneficios. Los agraciados trabajaron más eficientemente.
Hablemos de la tecnología, la misma que se suponía que nos liberaría de la mayor parte del trabajo diario pero, al menos en parte, empeoró las cosas: en 2002, menos del 10% de los empleados revisaban su correo electrónico laboral fuera del horario de oficina. Hoy, con la ayuda de tablets y teléfonos, es del 50%, y a menudo antes de que salgan de la cama.
Si bien la tecnología nos ofrece a todos una mayor libertad sobre nuestros escritorios, también nos ata con más fuerza a nuestros trabajos. Con tantos empleos basados en el correo electrónico y con tantas compañías que usan la nube en lugar de los servidores tradicionales, es más difícil que nunca “salir de la oficina”.
De hecho, da la sensación de que muchos nunca desconectan del trabajo. Al igual que los teléfonos, parecen cambiar al modo en espera al final del día, mientras se arrastran exhaustos a la cama. Esta infelicidad es especialmente evidente en lo que respecta a las vacaciones. Por poner un ejemplo: en Estados Unidos, una de las economías más ricas del mundo, los empleados tienen la suerte de obtener dos semanas libres al año.
Todo esto nos lleva irremediablemente a replantear la pregunta desde otro prisma: ¿y si aprovechamos de una vez por todas la tecnología que hemos creado?
Hoy la tecnología facilita el trabajo en cualquier lugar. Un portátil, una tablet o incluso un teléfono pueden ser las únicas herramientas necesarias para hacer del viernes parte del fin de semana. Ya no es completamente necesario estar en la oficina en todo momento para ser productivo, al menos no en cada vez más trabajos.
Cuando en el siglo pasado se propuso la jornada laboral de 40 horas se hizo para crear un equilibrio, un escenario que poco o nada tiene que ver con el actual. Y dado que la tecnología está aquí para quedarse, debería ser responsabilidad de las compañías determinar los límites y las expectativas del lugar de trabajo con respecto a cuándo debe comenzar y finalizar.
“Deberíamos trabajar para vivir, no vivir para trabajar”, decía John McDonnell hace unas semanas al anunciar que el Partido Laborista británico reduciría la semana laboral estándar a 32 horas, sin pérdida de salario, dentro de los 10 años posteriores a la obtención del cargo.
La promesa iba acompañada de un informe del historiador económico Robert Skidelsky sobre cómo lograr horarios de trabajo más cortos, y aunque el mismo abordaba específicamente las condiciones británicas, lo cierto es que presentaba una agenda con un atractivo universal: se describía que menos horas de trabajo son un beneficio mutuo; mejora la productividad para las compañías y brinda a los empleados lo que quieren. El informe decía lo siguiente:
La gente debería tener que trabajar menos para ganarse la vida. Tener que trabajar menos en lo que uno necesita hacer, y más en lo que uno quiere hacer, es bueno para el bienestar material y espiritual. Reducir el tiempo de trabajo, el tiempo que uno tiene que trabajar para mantener “el cuerpo y el alma con vida”, es un objetivo ético valioso.
En esencia, la propuesta de Skidelsky no difiere mucho de la lucha que mantuvieron los trabajadores del siglo XIX, y luego en el XX: las personas generalmente son más felices cuando dedican tiempo a lo que quieren hacer, en lugar de lo que tienen que hacer para conseguir unos ingresos. No es descabellado pensar que a menos tiempo dedicado al trabajo y más tiempo libre se promovería esa felicidad (o bienestar) que acompañaría a una jornada de trabajo más productiva.
Si algo podemos sacar en claro de todos los ejemplos expuestos es que no hay una solución perfecta, pero sí una idea común de bienestar. Hoy es posible que estemos llegando a un nuevo ejercicio de cambio. Ford y el resto de empresarios de su época tuvieron claro que ofrecer a los trabajadores más salario y más tiempo libre les iba a reportar más ganancias, pero aquello fue hace casi un siglo.
Quizás ha llegado el momento de que aparezca un nuevo Ford que sea capaz de adaptar la jornada laboral flexible que tanto se demanda.
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